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FINAL PARA LOS MANSEROS SANTIAGUEÑOS

  • Jorge Daniel Gonzalez
  • 2 mar 2017
  • 3 Min. de lectura

El santiagueño es nostalgioso y sincero, ama su tierra y su aridez radiante de los veranos, encuentra consuelo a la vida en sus caminos de monte adentro acompasando a los coyuyos con su silbido y refresca su memoria en las represas o en las caricias del Mishky Mayu. Muchos santiagueños dejaron su hogar alguna vez para lograr mejores destinos para sus herederos pero jamás se olvidan del beso de sus queridos y la simpleza que los abrigó durante el crecimiento, jamás niegan su esencia de pobre a la vista de los ricos argentinos porque el santiagueño es millonario de alma, con el saco repleto de historias y contrapuntos familiares; ellos llevan su bandera y la difunden naturalmente en las costumbres, en las mesas, en los mates, en los chipacos calientes, en las empanadillas de la tarde, en su guitarra y su música y es allí donde nacen las más lindas poesías y rasguidos donde lagrimean algún recuerdo cuando las grabaciones delatan la magia de Onofre Paz en su manera única de pulsar la guitarra, los relatos y voces de Leocadio del Carmen Torres, el bombo de Guillermo “Fatiga” Reynoso, los punteos de Alfredo “Alito” Toledo y tantos músicos, como Martín Paz, que pasaron por esta bella historia inconfundible que resume a Santiago del Estero.

Para la mayoría de los santiagueños, entre otros grupos, cantores y poetas representativos de la provincia, Los Manseros son el orgullo, la institución y hasta en las poesías lo expresan: “Mi destino fue soñando porque siempre fui Mansero”, “Quiero sentirme Mansero, cantar con toda la voz, con tristeza de vidala y mishky en el corazón”, aunque curiosamente, el pasado fin de semana, ese orgullo se quebró con la aberrante reacción de Onofre hacia su hijo y compañero frente a siete mil fanáticos en Las Arrias, provincia de Córdoba: “Me viene hacer problemas por minas, este guacho de mierda. A partir de hoy no trabajás más con nosotros, haceme juicio después. A vos no te pertenece hablar. Que se vaya a la mierda de aquí”, mientras Martín Paz, con el respeto que lo caracteriza, dejó su guitarra y se fue solo con su poncho del escenario mientras Alito no sabía qué decir de un momento negro histórico para la escena musical argentina. Ya, como un dúo, tocaron “Canto a Monte Quemado” y Onofre siguió con su furia: “A mi, este tipo no me quiere, me odia. Es un desagradecido, andaba muerto de hambre antes que lo traje al conjunto, ahora tiene casa Duplex, coche Cero y parece que me odia. Para qué voy a andar con un tipo así en el conjunto”.

Los Manseros Santiagueños esa noche fueron una vergüenza para los amantes de su música nacional, han lastimado el corazón de sus admiradores, han herido la devoción de toda una vida rompiendo el ejemplo que se transmitió por generaciones. Onofre Paz fue un ídolo y también hoy es un puñal, un engaño a las convicciones. Siempre será su rasguido lo más característico, será siempre Su Grupo, como él lo dice, el conjunto de muchos provincianos, pero también será el hombre que hizo todo lo contrario a la buena educación que el santiagueño lleva innata en la piel, ha lastimado a la vidala y a la chacarera la ha dejado desangrar de profunda tristeza, una noche desafortunada que marca el principio de un final que jamás alguien pudiese desear.

El próximo año vendré yo solo, porque Yo soy Los Manseros Santiagueños”, soberbia de una actitud que olvida que un cantor no es solo con su guitarra, sino es tradición gracias al pueblo que lo transmite de boca en boca, es cantor porque representa a quién no tiene voz pero tiene vivencias. Hoy es todo pasado, idolatría de un tiempo de amor corrompido, discos y grabaciones que recuerdan los más bellos encuentros del santiagueño con su provincia pero ya no, un ejemplo de vida.

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